====== La carga de la Brigada Ligera ====== * [[Historias]] En 1854 Europa era un polvorín a punto de estallar. Aunque en la mayor parte de Europa las revoluciones sociales del año 1848 habían sido aplacadas (o aplastadas, según los casos), en Francia la monarquía borbónica había terminado para siempre, y un nuevo Imperio Francés reclamaba su lugar entre las potencias de la mano de otro Bonaparte, Luis Napoleón, Napoleón III. Al otro lado del continente, Rusia desplegaba sus ambiciones expansionistas, deseosa de no quedar relegada a ser una potencia de segundo orden en el nuevo juego de los colonialismos que iba a caracterizar la segunda mitad del siglo. Ante ella, y como único obstáculo para sus pretensiones, se encontraba el Imperio Otomano, envejecido, decadente, anacrónico. A pesar de que aún dominaba todas las tierras balcánicas y Oriente Medio, no era más que un gigante de papel, sostenido por las potencias europeas como contrapeso a otro gigante mayor y más peligroso: el Imperio Ruso de los zares. Y en este estado de cosas, el Zar Nicolás I decidió dar un arriesgado paso que incrementara su influencia en Europa, arrebatando territorios en poder de los otomanos desde los tiempos de Solimán el Magnífico. Puesto que para declarar la guerra de una forma honrosa necesitaba un //casus belli//, el Zar recurrió a la peregrina excusa de la custodia de los Santos Lugares en Jerusalén, exigiendo la cesión de dicha custodia (que los turcos habían concedido a los Franceses) so pena de declarar la guerra. Tras esta excusa se encontraban las pretensiones rusas sobre los territorios otomanos en Europa y el control marítimo del Mar Negro. El Sultán Abdülmecit, que veía venir a los rusos desde lejos, declinó las pretensiones rusas. La guerra estaba servida. Rusia avanzó con sus ejércitos, ocupando Moldavia y Valaquia (actualmente parte de Rumanía). El Zar estaba convencido de que, tras colaborar con las potencias durante las revoluciones del 48, Europa entera vería con buenos ojos que se anexionara aquellos territorios, especialmente si los liberaba del poder musulmán otomano. Se equivocaba de parte a parte. En aquella época a las potencias europeas les preocupaba mucho más el auge del poderío ruso que el incierto destino de la lejana Transilvania y los Balcanes. Hacía mucho tiempo que la cuestión religiosa no era motivo suficiente para declarar o justificar una guerra. Desde el primer momento, Inglaterra se puso del lado turco, y Francia, igualmente preocupada por el expansionismo turco, se unió a esa alianza. Ni siquiera Austria, que le debía a Rusia parte de su estabilidad política tras los sucesos de 1848, quiso dar la razón a Rusia, y exigió que ésta se retirara de los territorios recién conquistados, que a la sazón se encontraban justo en el patio trasero del que poco después iba a convertirse en el Imperio Austro-Húngaro. La debilidad turca se manifestó en forma de contundentes derrotas tanto navales como terrestres, lo que provocó la intervención directa de Inglaterra y Francia, que tras atacar la ciudad costera rusa de Odesa (a orillas del Mar Negro y cerca de la zona de conflicto), terminaron desembarcando en la península de Crimea. Su objetivo era la conquista de otro importante puerto ruso: Sebastopol, con el fin de cortar los suministros por mar a las tropas rusas que ocupaban Valaquia y Moldavia. Y el veinticinco de octubre de 1854, cerca de Sebastopol, se produjo la batalla más famosa de esta guerra: la Batalla de Balaclava. En Balaclava se encontraron las fuerzas rusas por una parte y anglo-francesas y otomanas por la otra. No fue una batalla decisiva, aunque Rusia hubo de replegarse y dejar que los aliados sitiaran Sebastopol, que resistiría once meses el asedio. Sin embargo, esta batalla iba a pasar a la historia por un error táctico garrafal del mando inglés, que provocó la legendaria //carga de la Brigada Ligera//. El comandante del ejército inglés, barón Raglan, un veterano de Waterloo, transmitió la orden a la caballería de cargar para impedir que el enemigo retirara unos cañones. Sin embargo, o bien la orden fue mal interpretada, o mal transmitida, porque el general Lord Cardigan, al mando de la caballería, entendió que debía cargar contra los cañones situados justo en el centro de la formación rusa, compuesta por la friolera de veinte batallones de infantería y cincuenta piezas artilleras. Él mismo relató tiempo más tarde los acontecimientos en una narración que quedó para la Historia:
Avanzamos por una pendiente gradual de más de un kilómetro, las baterías vomitaban sobre nosotros obuses y metralla, con una batería a nuestra izquierda y una a nuestra derecha, y el espacio intermedio erizado de fusiles rusos; así cuando llegamos a 50 metros de la boca de los cañones que habían arrojado la destrucción sobre nosotros, estábamos, de hecho, rodeados por un muro de fuego, además del de los fusiles en nuestro flanco. Mientras ascendíamos la colina, el fuego oblicuo de la artillería caía sobre nuestra retaguardia, de tal modo que recibíamos un nutrido fuego sobre la vanguardia, los flancos y la retaguardia. Entramos en el espacio de la batería, la atravesamos, los dos regimientos en cabeza hiriendo un gran número de artilleros rusos al pasar. En los dos regimientos que tuve el honor de dirigir, cada oficial, con una única excepción, fue o bien herido, o muerto, o vio al caballo que montaba muerto o herido. Estos regimientos pasaron, seguidos por la segunda línea, formada por dos regimientos suplementarios, que siguieron con su deber de herir a los artilleros rusos. Después vino la tercera línea, formada por otro Regimiento, que completó la labor asignada a nuestra Brigada. Creo que ello se hizo con verdadero éxito, y el resultado fue que ese cuerpo, formado por tan sólo 670 hombres aproximadamente, logró atravesar la masa de la caballería rusa que —como hemos sabido posteriormente— disponía de 5.240 hombres; y habiendo atravesado esta masa, dan la vuelta, como dice nuestra expresión técnica militar, «al fondo de todo», y se retiraron de la mismo modo, provocando tantos daños como era posible en la caballería enemiga. De regreso a la colina de la que había partido el ataque, tuvimos que sufrir la misma mano de hierro y padecer el mismo riesgo de disparos de los tiradores en nuestro flanco que a la ida. Muchos de nuestros hombres fueron alcanzados, hombres y cabalgaduras resultaron muertos, y muchos de los hombres cuyas monturas murieron fueron masacrados cuando intentaban escapar. Pero, milord, ¿cuál fue el sentimiento de estos valientes que regresaron a su posición, de cada regimiento no retornó sino un pequeño destacamento, dos tercios de los efectivos implicados en la acción se habían perdido?. Creo que cada hombre que participó en este desastroso asunto de Balaclava, y que tuvo la bastante suerte como para seguir con vida, debe notar que fue solamente por un decreto de la Divina Providencia que escapó a la muerte más cierta que era posible concebir.
Esta alocada y desastrosa carga de caballería se encuentra inmortalizada en la literatura inglesa, en los poemas de Alfred Tennyson y en abundantes referencias literarias. También el cine plasmó la insensatez, el arrojo y la entrega de los soldados de la caballería británica en al menos tres películas. De la Brigada Ligera sólo sobrevivió un tercio de sus efectivos, y aunque en Inglaterra se cuestionó con firmeza la actuación de los oficiales al mando, ninguno de ellos fue disciplinado por haber enviado al matadero a casi doscientos hombres por una tontería. Pocos años después, olvidados ya los motivos de esta guerra, Europa dejaría tirada en la cuneta a Turquía cuando en 1877 Rusia volvió a declararle la guerra, no sin antes rediseñar a su antojo el futuro mapa nacional de los Balcanes en la Conferencia de Constantinopla de 1876. La historia del dominio turco sobre la Europa del este había tocado a su fin.
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