====== Tramontana ======
* [[Historias]]
Normalmente, te metes en la marina porque te gusta el mar, porque te gustan los barcos, el aire puro, las gaviotas cuando te acercas a puerto… Luego, pasado el tiempo, algunos se preguntan qué hacen allí, metidos dentro de una lata de sardinas a cientos de metros de profundidad y sin ver la luz del sol, a veces durante varios días. Sesenta tíos como sesenta trinquetes amontonados en un submarino ridículamente pequeño al que alguien decidió ponerle nombre de vendaval catalán con mala leche: Tramontana.
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Pero así eran las cosas. Al fin y al cabo, aquello también tenía su gusanillo: ir de tangado por el mar, sin que nadie te vea ni te oiga, ni siquiera esos pretenciosos americanos e ingleses que constantemente vienen y van por el estrecho. Los submarinos diésel-eléctricos son malditamente silenciosos cuando están sumergidos, y la tripulación sabe que debe mantener una férrea disciplina para no revelar la posición de la nave con ruidos o voces. En los submarinos hay otro ambiente de trabajo, donde el comandante dicta las órdenes y el contramaestre las repite sin griterío. Hay un respeto mutuo entre mandos y marinería, porque está claro que todos dependen de todos, y que una simple cagada de un grumete puede terminar con toda la tripulación alimentando a los peces en el fondo del mar.
Así que, pese a la tensión mental que siempre produce tripular una bañera como aquella a trescientos metros de profundidad, aquella tarde del 11 de diciembre de 2008 la sala de control del Tramontana parecía bastante tranquila y relativamente silenciosa. El comandante Javier Montenegro ordenó «zafarrancho de combate» para la maniobra de inmersión, poniendo a la tripulación en alerta y a sus puestos. El cabo primero Juan Antonio Carmona ocupó su puesto al timón, lo que en un submarino no significa sólo controlar el rumbo, sino también la inclinación vertical y la escora del buque, que no es poco.
Pero pocos momentos más tarde iba a desatarse el infierno en el Tramontana. A trescientos metros de profundidad, la presión del agua es tan alta que comprime el casco del submarino con una fuerza brutal. Uno de los puntos más delicados de la compleja maquinaria, el «paso de casco» que comunica el interior de la nave con los equipos expuestos al agua, situado junto al periscopio, sufrió una pequeña vía de agua por la que, sin embargo, empezaron a entrar cientos de litros de agua a altísima presión dentro de la mismísima sala de control.
No cabía la opción de aislar una sección del submarino para frenar la inundación. Si la sala de control se inundaba estaban todos perdidos. Al ritmo de entrada del agua, era imposible entretenerse a contener la vía de agua –cosa que no estaba claro si sería posible en aquellas circunstancias–, de manera que el comandante gritó la orden de emersión de emergencia entre la algarabía de gritos de los tripulantes y el ruido atronador del agua que entraba en el submarino.
Una salida a superficie en esas condiciones implicaba varias maniobras que, con aquella gran cantidad de agua que se nebulizaba al contacto con el aire y hacía casi imposible la visión, iban a resultar muy, muy complicadas de llevar a cabo. Afortunadamente, la tripulación del barco estaba formada por gente preparada, que conocía su trabajo y era capaz de realizarlo con los ojos cerrados. Había que soplar los tanques de lastre, es decir, vaciar el agua de esos tanques al mar y sustituirla por aire comprimido, dándole más flotabilidad al submarino. Había que poner los motores en «avante toda», a toda marcha, para que la hélice les llevara a la superficie con la ayuda de las aletas de control. Por último, y como medida de emergencia en esa circunstancia excepcional, había que soltar un lastre de plomo de quince toneladas de peso que se encontraba en la quilla del barco, aumentando aún más la flotabilidad.
Sin embargo, el Tramontana no estaba respondiendo como debería. Tal vez la vía de agua había metido dentro del buque demasiado peso extra, tal vez algunos sistemas de control podrían haberse averiado con la inundación, o el cambio en el centro de gravedad de la nave podría haber alterado su maniobrabilidad. Lo cierto es que para el cabo primero Carmona se estaba haciendo muy complicado elevar la nave, sujetando con fuerza el timón mientras el agua helada le caía justo encima. En una nave donde todo es eléctrico, el agua salada es una malísima compañera de viaje.
En total fueron cuatro minutos de angustia; cuatro minutos que valen toda una vida. Todos los marineros que tenían que reaccionar para sacar al submarino del apuro lo hicieron con rapidez, sin equivocaciones ni dudas. Cuando finalmente el Tramontana rompió la superficie del mar y quedó asegurado, Juan Antonio Carmona soltó por fin los mandos y rompió a llorar, sabedor de que acababa de salvar al barco y a todos los que iban dentro. Ya sólo restaba achicar el agua y llevar el submarino al puerto de Cartagena para las reparaciones. El sargento Carlos Losana, encargado de maniobras y el mismo cabo Carmona fueron condecorados posteriormente por su reacción durante aquellos decisivos minutos.
El incidente del Tramontana pasó casi desapercibido para la opinión pública, que se preparaba para las navidades de ese año 2008 con un nuevo y flamante presidente de los Estados Unidos, con el descubrimiento de la megaestafa financiera de Bernard Madoff, con el último asesinato de ETA y con los primeros síntomas de lo que luego se convertiría en una de las peores crisis de la historia mundial. Sin embargo, de no ser por la pericia y experiencia de un puñado de marinos, combinada con una alta dosis de buena suerte, este incidente podría haberse convertido en una tragedia nacional sin precedentes en la historia militar de la España moderna.
**Nota**: El S-74 Tramontana fue retirado del servicio de forma definitiva el 16 de febrero de 2024
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