La Semana Trágica

Antecedentes

Desde la restauración de los Borbones en España en 1874, el país había sido gobernado por una alternancia de dos partidos, el conservador y el liberal. Durante más de treinta años, el caciquismo y el pucherazo electoral habían asegurado el funcionamiento de este antidemocrático sistema de gobierno.

Antonio Maura

Pero a principios del siglo XX las cosas empezaron a cambiar. Una creciente ola de regionalismo empezaba a aglutinar a los descontentos con el sistema. La burguesía periférica -sobre todo la catalana- empezaba a estar harta de ser gobernada por los de siempre y de no ocupar el lugar que creían merecer en los círculos del poder. Los burgueses catalanistas de Francesc Cambó criticaban abiertamente al gobierno desde la prensa, consiguiendo incluso capitalizar la reacción del ejército en incidentes como el del semanario Cu-Cut!

Gracias a este incidente, Solidaritat Catalana arrasó en las elecciones de 1907 en Cataluña, arrollando a los republicanos de Lerroux. Por su parte, los obreros catalanes empezaban a aglutinarse alrededor del sindicato Solidaritat Obrera, en vista de los flirteos que Cambó se traía con los conservadores de Antonio Maura, ganador en las recientes elecciones y nuevo presidente del gobierno.

Un año antes, en 1906, las potencias habían concedido a España el control colonial del norte de Marruecos, y poderosos oligarcas como el Conde de Romanones o el Marqués de Comillas empezaron a construir un ferrocarril que les permitiera rentabilizar sus nuevas minas en Beni-Buifur. En 1909, los cabileños decidieron que ya estaba bien de dejarse robar por los españoles, y atacaron el ferrocarril y las minas, dando comienzo a una guerra que se prolongaría hasta 1927. Maura pensó que la guerra sería una excelente excusa para extender el poder colonial español en África, pero en realidad, los cabileños le estaban dando la del pulpo a los mal preparados y peor equipados soldados españoles. Las noticias sobre matanzas de españoles en Marruecos habían corrido como la pólvora por España cuando llegó la orden de movilización de los reservistas.

El estallido social

Para comprender el estallido social que se produjo acto seguido hay que comprender primero lo injusto del servicio militar español de entonces. Si eras rico y tenías los 6.000 reales necesarios para librarte de la llamada a filas, podías evitar ser asesinado por un moro en una emboscada. Si por el contrario, y como pasaba con la gran mayoría de la población, no podías disponer de ese dinero porque tu sueldo de obrero no pasaba de los 10 reales diarios, estabas obligado a abandonar a tu familia y tu trabajo para incorporarte al ejército y que sea lo que dios quiera. Ni qué decir tiene que tu familia quedaba igualmente condenada a subsistir sin tu ayuda y eso, en unos tiempos donde los salarios eran de verdadera miseria, era condenarles al hambre de forma irremisible.

Los primeros reservistas salieron de Barcelona el 18 de julio, y ya entonces la cosa se había puesto bastante tensa. Solidaritat Obrera organizó una huelga general para el lunes 26 de julio, y Cataluña entera se echó a la calle. Aunque ese día las manifestaciones fueron más o menos pacíficas, al día siguiente se recibieron noticias sobre los desgraciados que habían salido en barco el anterior 18 de julio: los cabileños les habían emboscado en el Barranco del Lobo, un paraje cercano al famoso monte Gurugú, organizando una matanza considerable. Esto fue más de lo que podían soportar los trabajadores catalanes, muchos de los cuales esperaban a ser embarcados en cualquier momento.

Barricadas en la Semana Trágica de Barcelona

Así que el martes 27 de julio la movilización obrera se radicalizó bastante, pero es que la reacción del gobierno también. Maura declaró el estado de guerra, y ordenó al ejército reprimir con dureza las manifestaciones. Las Ramblas se convirtieron en un campo de batalla, con el ejército y los manifestantes cruzándose disparos. Los primeros muertos empezaban ya a tapizar las calles, y los huelguistas empezaron a pegarle fuego a iglesias y conventos, aprovechando la ocasión para mostrar su anticlericalismo y de camino quemar los libros de bautismo, de donde las autoridades extraían los nombres de los llamados a filas. En los días siguientes se produjeron nuevos enfrentamientos, si bien la revuelta carecía de líderes y objetivos. Al parecer, era sólo una reacción popular contra la intención del gobierno de Madrid de enviarles al matadero marroquí por la cara. El gobierno de Maura hubo de hilar fino para aislar a los sublevados. Para impedir que la revuelta se extendiera al resto de España difundieron el bulo de que las manifestaciones estaban promovidas por los separatistas (cuando en realidad la burguesía catalanista se mantuvo prudentemente al margen de las protestas); además, y en vista de que la guarnición de Barcelona se negó a atacar a los huelguistas, enviaron refuerzos procedentes de las principales ciudades vecinas, que consiguieron acabar con las protestas aquel mismo fin de semana.

La represión

Francisco Ferrer Guardia

Al final, la Semana Trágica dejó un balance de 75 manifestantes y tres militares muertos, además de cientos de heridos y numerosos destrozos en la ciudad. Luego, el gobierno de Maura empezó con la represión y la revancha, encarcelando a miles de personas, clausurando partidos, sindicatos y escuelas y dictando arbitrariamente cinco condenas a muerte, entre las cuales se contaba la del pedagogo Francisco Ferrer Guardia, fundador de la Escuela Moderna de Cataluña. Al parecer, Ferrer sólo pasaba por allí, pero a los mandos encargados de la represión y a algunos estamentos eclesiásticos dolidos por la quema de sus inmuebles les pareció que la situación era propicia para, aprovechando el clima, deshacerse de un elemento tan molesto. Los condenados a muerte fueron fusilados en el foso del castillo de Montjuic en octubre de aquel año. A otros muchos les esperaban largos años de prisión o destierro, y a miles de trabajadores, dejarse la vida en África para defender los intereses económicos de unos cuantos oligarcas.

Al final, el gobierno de Maura perdió el favor de Alfonso XIII, aunque más por la condena internacional ante la brutalidad de la represión que por los sangrientos acontecimientos de Barcelona que el gobierno de Maura no supo ni quiso evitar.

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