Tierra de nadie

En la tarde del 24 de diciembre de 1914, tras haber decorado las lúgubres trincheras con serpentinas de papel y haber cantado a coro Stille Nacht con el resto de su compañía, el soldado de infantería Kurt Heinz y otro compañero cuyo nombre desconocía saltaron la trinchera desarmados en un peculiar misión.

El barro mil veces batido por las explosiones de los obuses convertía aquella ancha franja de tierra en un paisaje lunar. A mitad de camino entre las trincheras inglesas y las alemanas, Kurt y su compañero se cruzaron con una pareja de soldados ingleses que cumplían una misión similar a la de ellos. Era curioso verles allí, desarmados y caminando sin prisas por donde antes habían muerto miles de soldados de uno y otro lado. Uno de los ingleses, el más alto, se quedó mirándole y le sonrió. Kurt le devolvió la sonrisa, y ninguno de los cuatro pudo reprimir el impulso de acercarse y conversar.

El diálogo era complicado, ya que ninguno de ellos hablaba el idioma del enemigo, tan sólo algunas palabras soeces sueltas, que frecuentemente se intercambiaban de trinchera en trinchera a modo de insulto, y que no venían al caso. El inglés alto extendió un arrugado paquete de cigarrillos, ofreciéndoselo a los alemanes, y estos lo aceptaron sin vacilar. Kurt, para corresponder, sacó de su bolsillo un par de chocolatinas que le habían llegado con el último paquete enviado por su madre -las últimas- y tuvo que insistir para que los ingleses se las quedaran. Allí mismo se fumaron aquel delicioso cigarrillo inglés mientras hablaban a sus enemigos acompañándose de todo tipo de gestos sobre el tremendo frío que hacía, sin entender lo que estos les contestaban.

Soldados británicos y alemanes durante la tregua de Navidad de 1914

Poco a poco la desconfianza iba dando paso a la curiosidad, y otros soldados saltaron las trincheras de uno y otro lado para encontrarse en medio del barrizal. Kurt se despidió de sus amables enemigos y comenzó la penosa tarea de retirar a los muertos para enterrarlos detrás de las líneas, mientras veía al enemigo hacer lo propio. Era algo totalmente irracional. Por doquier podían verse grupos de soldados de ambos bandos departiendo. Se diría que la Primera Guerra Mundial había terminado, pero no; aún quedaban muchos años de crueles matanzas para poner fin a aquella locura. Kurt pensó en lo absurdo de la guerra al ver a todos aquellos muchachos estrechándose las manos, riendo a carcajadas en complicados diálogos, incluso jugando al fútbol en medio del barro.

Tras reunirse en un gran grupo para rezar una oración conjunta por los muertos, unos y otros se retiraron a dormir en sus húmedas madrigueras, en lo que sería la última noche de paz en la vida de muchos de ellos.

Aquel día no hubo explosiones. Los cañones no dispararon su carga mortal, y el asfixiante gas mostaza se quedó guardado en los polvorines. Aquella navidad de 1914, en medio de la locura fratricida orquestada por gobernantes sin escrúpulos, la juventud de dos países antepuso sus valores humanos sobre la barbarie, dando lugar a uno de los acontecimientos más extraordinarios de la historia de los conflictos bélicos: la Tregua de Navidad.

En los sucesivos años de la guerra, los mandos de uno y otro bando planificaron grandes ofensivas precisamente en estas fechas con el fin de que no se repitieran episodios de confraternidad como el vivido en la Navidad de 1914.

Bonus track: Paul McCartney realizó este precioso vídeoclip sobre su tema Pipes of peace, que da nombre a su disco de 1983, y que trata de este episodio.


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