El licenciado Márquez Torres
Tal día como hoy, 27 de febrero, en 1615, el licenciado Francisco Márquez Torres daba curso a la aprobación de la segunda parte de El Quijote de Miguel de Cervantes tras su censura previa. Entre otros halagos al autor y a su obra, el licenciado Márquez Torres dejaba caer la anécdota que más abajo reproduzco, tal vez sabiendo que tanto el libro como su documento de aprobación pasarían a la historia de nuestro país y de la literatura mundial; una pequeña aunque dolorosa espina para cualquier español que tenga un mínimo de vergüenza.
Certifico con verdad que en veinte y cinco de febrero d’este año de seiscientos y quince, habiendo ido el ilustrísimo señor don Bernardo de Sandoval y Rojas, cardenal arzobispo de Toledo, mi señor, a pagar la visita que a Su Ilustrísima hizo el embajador de Francia, que vino a tratar cosas tocantes a los casamientos de sus príncipes y los de España, muchos caballeros franceses, de los que vinieron acompañando al embajador, tan corteses como entendidos y amigos de buenas letras, se llegaron a mí y a otros capellanes del cardenal mi señor, deseosos de saber qué libros de ingenio andaban más validos; y tocando acaso en este que yo estaba censurando, apenas oyeron el nombre de Miguel de Cervantes, cuando se comenzaron a hacer lenguas, encareciendo la estimación en que, así en Francia como en los reinos sus confinantes, se tenían sus obras: la Galatea, que alguno d’ellos tiene casi de memoria la primera parte d’esta, y las Novelas. Fueron tantos sus encarecimientos, que me ofrecí llevarles que viesen el autor d’ellas, que estimaron con mil demostraciones de vivos deseos. Preguntáronme muy por menor su edad, su profesión, calidad y cantidad. Halleme obligado a decir que era viejo, soldado, hidalgo y pobre, a que uno respondió estas formales palabras: “Pues, ¿a tal hombre no le tiene España muy rico y sustentado del erario público?” Acudió otro de aquellos caballeros con este pensamiento y con mucha agudeza, y dijo: “Si necesidad le ha de obligar a escribir, plega a Dios que nunca tenga abundancia, para que con sus obras, siendo él pobre, haga rico a todo el mundo”.
Ojalá pudiera decir que las cosas han cambiado desde entonces, pero no: España siempre ha sido una mala madre para sus más preclaros hijos, negándoles en vida el pan y la sal mientras se deshace en lisonjas con sus genios muertos.
Y esta entrada quiero dedicársela a tantos y tantos escritores, profesores, científicos, doctores e investigadores a los que algún día su país dedicará premios, semanas culturales y edificios públicos, pero que hoy languidecen en el desempleo, en el desamparo o fuera de nuestras fronteras.